Naturaleza urbana en sociedad

¿Un futuro para el jardín en la ciudad?

El ser humano es un animal, que vive en ciudades, amándolas y a la vez odiándolas; añorando la naturaleza que en algún momento abandonó. Uno se asombra y se maravilla ante su capacidad para construir ese mundo artificial, donde convive, comparte y discute (antípoda de Thoreau, aislado en su cabaña, en medio de la naturaleza virgen). Siempre pareció fácil preferir la ciudad, anhelando a la vez (como aquel que desea lo que no tiene) la naturaleza. ¿Cómo plantearnos la naturaleza urbana en sociedad desde la perspectiva de arquitectos y urbanistas y otros perfiles profesionales pero también sus ciudadanos?

 (...) Pero en la densidad de la urbe, el encuentro con el Otro y lo Diferente, trae también conflicto. La ciudad es un espacio de ansiedades y disputas. La naturaleza, traída a lo urbano, muestra su capacidad de consolar e inspirar.  Pisar un inesperado firme blando, caminar bajo las copas de los árboles alineando la avenida, el jardín asomando por encima de la tapia, nos devuelven algo perdido.

De ahí, la necesidad de reflexionar, en el ámbito de la ciudad, sobre qué relación queremos entre lo ocupado y lo no ocupado; qué relaciones son posibles. Si algo se pensó (a la vista de los resultados es razonable dudarlo), quedó plasmado en los planes generales (las normas que nos damos para construir las ciudades) y en el diseño que proponen los proyectos que urbanizan la ciudad, sus calles y parques. La lectura de unos y otros es, con sus excepciones, desalentadora.

Son muchos e interesantes los debates abiertos (1), pero todos en el ámbito de lo público. Se buscaron soluciones olvidando lo privado (tan demonizado en los tiempos que corren). Y resulta que “la ciudad buena es la que logra dar valor público a lo privado. Y es así cómo una buena ciudad está hecha de buenas casas, de buenas tiendas, de buenos bares y de buenos jardines privados, tanto como está hecha de paseos públicos, monumentos o edificios representativos. Por tanto, la calidad de lo individual es condición para que, al ser semánticamente colectivizado, genere una riqueza colectiva” (2). Me vienen a la cabeza los patios de muchas casas en el casco antiguo de la ciudad en la que vivo, inaccesibles, pero a la vez visibles desde la calle, construyendo desde su carácter privado, la experiencia fascinante del caminante. “La presencia de un jardín, aunque no esté abierto a cualquiera, es algo que alegra el espíritu de todos y a todos beneficia la salud” (3).

La especulación y densidad de la ciudad, las nuevas tipologías, hacen difícil confiar en la recuperación de episodios similares. En la ciudad moderna, en sus ensanches, ya no hay sitio ni futuro para jardines insinuados detrás de cancelas. 

¿Dónde reencontrar entonces las posibilidades que tiene el jardín privado de construir “riqueza colectiva”?

Recientes (ya no tanto) proyectos plantean transformar fachadas de edificios en jardines verticales. Las románticas trepadoras cubriendo antiguas edificaciones se reinventan para hacer más amable la vida a ambos lados (el público, el privado). Son apuestas singulares, y en tanto no se simplifique su complejidad técnica, coste y mantenimiento, seguirán siéndolo.

El último reducto de ámbito privado donde parece posible recuperar espacios de naturaleza que amansen al que los posee, pero también al que desde la distancia los vislumbra, son las cubiertas.

Fachadas traseras mirando a mares de cubiertas que rematan las edificaciones de poca altura que ocupan los grandes patios de manzana; topografía de alturas variables -a resultas de los cambiantes Planes Generales, siempre respondiendo a sus coyunturas económicas-; nuevos espacios desde donde mirar, azoteas de hoteles y centros comerciales convertidas en restaurantes y bares. Nunca estos horizontes de azoteas tuvieron tanta presencia y así se puede aventurar que, transformados, transformarán también la experiencia general de la ciudad.

No me gustaría que este texto se quedara en simple Reflexión y Análisis, siempre más fáciles y menos arriesgados que la Propuesta. Pequeños cambios concretos e inmediatos, deberían ser capaces de insinuar una dirección de avance. Se me ocurren (para su discusión):

  • Incentivos fiscales (como reducciones en el Impuesto de Bienes Inmuebles) para el ciudadano que, cuidando su jardín, nos cuida a todos (la lucha contra la especulación y la necesidad de gestionar bien el recurso escaso que es el agua, nos trajo las actuales cargas económicas para el que mantiene vacía su parcela y además la llena de verde)
  • Posibilidad discrecional de incrementar la altura del edificio, un metro por encima de la máxima permitida en el Plan General, con el único y exclusivo objetivo de disponer una capa de tierra de ese espesor, sembrando las posibilidades de un jardín. 
  • Obligación para todo nuevo edificio de disponer de cubiertas calculadas para resistir ese metro de tierra, a fin de no hipotecar futuras decisiones.
  • Permitir y facilitar (gran parte de las normativas actuales van precisamente en la dirección opuesta, entendiendo las cubiertas como espacios sin uso, relegados a alojar maquinaria del edificio) el acceso a estos jardines (escaleras, ascensores) y la instalación ordenada de pérgolas (cuando den soporte a trepadoras) y piscinas a modo de pequeños estanques.

Nunca las reglas fueron por si solas suficientes para transformar, pero hoy podrían sumarse a la inercia en la inversión privada, tendente en recientes promociones a poner en valor las azoteas, no ya sólo como extensión de una vivienda sino como espacio colectivo del edificio.

Una ciudad de jardines en sus cubiertas. De jardineros. De contempladores de jardines. 

Una ciudad algo más feliz.

(1) Me vienen a la cabeza algunos:

- ¿Es correcto el planteamiento de grandes parques -en vez de múltiples pequeñas plazas o jardines- en aquellas zonas en que el crecimiento de la ciudad permite todavía decidir entre una estrategia u otra?

- ¿Cómo hacer compatibles la casi unánimemente aceptada estrategia de aumentar la densidad de la ciudad (versus su alternativa de crecimientos con soluciones extensivas, con mucho espacio libre asociado) con la necesidad de mantener reservas de espacios naturales en el entorno urbano?

- ¿Es adecuada la política de huertos y bosques urbanos? ¿Debe ser el objetivo principal acercar las ciudades a lo rural o más bien, encontrar formas específicamente urbanas para las Naturalezas que se proyectan en éstas? Esta reflexión, tiene especial relevancia en las ciudades pequeñas, en las que la Naturaleza y lo Rural están a minutos de los centros urbanos.

- ¿Es una estrategia correcta, aquella que promueve nuevos aparcamientos subterráneos bajo plazas y parques -con la penalización que ello supone para las superficies que los cubren-, si va acompañada -no es así en general- de la retirada de automóviles en superficie y la consecuente ampliación de aceras que permita disponer en ésta de arbolado?

- ¿Es acertado el diseño actual de patios de escuelas, parques infantiles y “zonas verdes”, tendentes a redicir al mínimo las superficies “blandas”, prefiriendo pavimentos de caucho u hormigón a otros de arena o grava? Entre otras razones, estas decisiones parecen obedecer a las preocupaciones lógicas de los Ayuntamientos en lo que se refiere a consumos de agua y mantenimiento. Es preciso abordar nuevas estrategias para resolver la urbanización de los espacios “libres” ayudados de decisiones técnicas correctas (selección correcta de especies, construcción estratégica de aljibes públicos para reutilización del agua pluvial en el ámbito que se urbaniza…) que, dando solución a dichos requerimientos, no comprometan el carácter amable de los firmes que se proyectan.

(2) Espacios públicos, espacios colectivos. Manuel Solà-Morales.

(3) Ontología y teleología del jardín, Rosario Assunto.

Rafa Vidal

Arquitecto

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