Naturaleza urbana en sociedad

Paraísos terrestres

Un paseo por la evolución de los jardines, hasta nuestra época y en lo que vendrá. El jardín, y el hombre, evolucionando temporalmente de la mano. Arte, filosofía, y tecnología. Un placer para el disfrute.

Una forma de narrar la historia del jardín es describir este como una caja que contiene lo más precioso y va perdiendo una a una sus paredes. Esa naturaleza domesticada y cercada para disfrute humano refleja la cosmovisión de cada época. Así, durante el Medievo el hortus conclusus monástico y el hortus deliciarium palatino encerraban entre sus altos muros un fragmento del paraíso terrenal perdido o una migaja del cielo prometido. El Renacimiento tumbó uno de los cuatro tabiques de esa caja sagrada y el jardín se abrió al paisaje. Las vistas panorámicas se incorporan a su diseño en las villas italianas. El Barroco amplió, gracias a las perspectivas, el campo de visión, extendiendo los confines del parque a la francesa más allá del horizonte. Con la ayuda de la Geometría y la Óptica la arquitectura vegetal hizo realidad el sueño autocrático de conquistar el infinito. La Ilustración no cejó en este empeño de borrar las barreras visuales. El jardín paisajista inglés llevó esta vocación de fundirse con el paisaje y escapar de las coordenadas espaciotemporales hasta sus últimas consecuencias. William Kent pronunció en 1817 las palabras que marcaron el final del muro perimetral y el inicio de un nuevo capítulo de esta narración: «Salté la valla y vi que la naturaleza entera era un jardín». Escuchar al genio del lugar significará para los románticos respetar la naturaleza. A los humanos les embargará un delicioso horror cuando se divulguen las primeras imágenes tomadas desde el espacio exterior por la misión del Apolo 8 y redescubran la Tierra-Patria, por usar la expresión del filósofo Edgar Morin, como un jardín a escala planetaria. En las siguientes décadas irá cobrando fuerza, primero en la ciencia ficción y después en las ficciones científicas, la idea de ajardinar o terraformizar planetas pertenecientes a otros sistemas solares para dar cabida a una población de terráqueos que crece exponencialmente. Es difícil saber qué credibilidad conceder a esos proyectos de cosmojardinería, y a esas tentativas de crear una atmósfera viable para la vida merced a sembrar su superficie con microorganismos fotosintéticos. Esos planetas floridos serían los parterres de un jardín que se expande como el universo.

Santiago Beruete

Escritor, Filosofo, docente y comunicador

Artículos del autor