Naturaleza urbana en sociedad

Las Guapas del Barrio, o como dejar de ser Mala Hierba y no morir en el intento.

Una primavera de lluvias pausadas, unido a la reducción de la actividad de conservación de los espacios públicos, un aumento de nuestra capacidad de observación, unido a la añoranza de lo que no se puede disfrutar, ha fomentado estos días un clima y debate necesario en relación a la vegetación espontánea que florece en las ciudades. En esta ocasión Inma y Mariano, juntos hemos preparado esta propuesta, en dos cartas, invitándoos a un reflexión serena en torno a ello. Porque las guapas del asfalto nos dicen cosas y los gestores y vecinos debemos saber escucharlas y estar abiertos a cambios, hoy más que nunca necesarios.

Durante miles de años he aprovechado el buen tiempo y la lluvia para germinar y celebrar la floración, mi momento estelar, con rapidez para poder dejar caer mis semillas antes que el humano tenga tiempo de pasar esas máquinas que sueltan humo pestilente y contaminador para cortarme a ras en aras de no sé qué de la limpieza de los jardines.

Suelo aprovechar los años de crisis, ya sea ésta económica como las anteriores o sanitaria como la actual para mostrar todo el ciclo de mi belleza a las personas que habitan las ciudades.

Los ciudadanos me tienen asociada al campo, a las cunetas por donde pasan en sus coches a alta velocidad y raras veces se dan cuenta de que existo salvo en los momentos espectaculares en los que muestro todos mis encantos, la FLORACIÓN.

Algunos humanos paran sus coches en las cunetas ante el espectáculo que ofrece mi compañera la amapola (papaver rhoeas) cuando ha ocupado un campo de cultivo.

Cuando más sorprendo al humano es en una esquina de la ciudad rodeada de hormigón, en esas situaciones ofrezco mis hermosos colores al viandante y, por su expresión interrogante se le nota estar pensando que cómo ha podido salir esa preciosa flor en semejante lugar sin sustrato mientras a él le cuesta un esfuerzo tremendo sacar una planta adelante.

Ahora que los humanos han empezado a salir de sus casas por un motivo, para mi incomprensible de determinadas Fases se han dado cuenta que ocupo el lugar en el que siempre estuve, el territorio, al margen de límites municipales, vallas, carreteras e incluso fronteras. 

He estado aquí, estoy y estaré porque por más que se empeñen en adecentar la ciudad, formo parte de esa belleza que buscan en sus jardines, ¿no soy acaso una hermosa flor yo también?

Formo parte de la biodiversidad sin fronteras y, de forma fundamental frente al cambio climático por el que andan preocupados, los bancos de germoplasma institucionales recogen mis semillas para conservarme durante siglos y algunos grupos se soliviantan, con razón, cuando aparecen esas máquinas que lo desbrozan y destrozan todo.

Al cerrar mi ciclo biológico secándome y dejando caer las semillas para perpetuarme, me acusan de ser causante de incendios pero después, de otras zonas del territorio, se oye el crepitar de los incendios provocados donde soy una perjudicada más.

Siempre hay un equilibrio pero todavía no se busca, mi cultivo en determinadas zonas haría felices a muchos sino a todos, se trata de buscar una nueva jardinería donde yo pudiese coexistir con esas otras hermosas compañeras que un día dieron el salto a ser domesticadas por el hombre, pero aun no entienden que la conservación de la biodiversidad, pasa por mí.

Querido vecino, nos encontramos en un momento distinto, no solo desde que empezó la crisis del coronavirus, sino más allá, quizás desde que existe conciencia de los efectos patentes del cambio climático que empiezan a hacerse palpables por los fuertes temporales de este pasado invierno, o quizás incluso antes; una parte de la sociedad, empieza a ser consciente de que necesitamos ciudades menos intervenidas, más naturales, y menos duras. Sin embargo otra parte de la sociedad sigue anclada en el orden y percibe lo no intervenido como el caos, el desorden, el abandono y la suciedad. 

El parón obligado de unos días sobre las operaciones de conservación de los espacios verdes y el arbolado viario motivado por la etapa más dura del confinamiento, ha limitando los trabajos de jardinería a sólo aquellas operaciones inaplazables; ello, unido a una etapa de lluvias dulces, recurrentes y reposadas nos ha regalado una primavera inusual, atrapándonos en un momento en el que, por el reposo obligado del confinamiento, hemos mejorado en nuestra capacidad de observación.

Llevamos años declarando la importancia de la educación ambiental en las escuelas, y llega el momento de hacerlo a toda la sociedad. La carta abierta de una “mala hierba” que quiere ser guapa a su vecino no es más que una dulce forma de invitarnos a reflexionar. 

La convención, la rutina, lo habitual no tiene porqué ser sinónimo de lo bueno. Europa nos lleva recorrido, ya hace años despertó este espíritu en otras ciudades, aquí en España, ahora nos llega el momento. Surgen voces y artículos interesantes, especialmente el de mis admirados Aina S. Erice que a través de prensa, o Mariano Sánchez en televisión, lanzan reflexiones necesarias, ricas, cargadas de contenido, y sobre todo serenas, en torno al asunto de la presencia de hierbas hasta ahora no deseadas en la ciudad.

¿Porqué las retiramos?

¿Debemos seguir haciéndolo?

¿Cómo resolver la cuestión de los alcorques?

¿Cómo conseguir satisfacer posturas tan encontradas, en un momento donde todo lleva a confrontación, sin morir en el intento?

Os propongo varias propuestas:

  • Conocerlas, seguirlas, estudiar su evolución anual y realizar pruebas en espacios acotados piloto, abiertos a otras formas de proceder, valorando nuevas propuestas de conservación.
  • Respetar la vegetación de primavera y otoño, permitiendo el desarrollo espontáneo y su floración en estos períodos, antes de que angosten y supongan un peligro de incendios, o entren en parada invernal.
  • Acotemos los espacios naturalizados y aprendamos de ello, alcorques y espacios de pradera son campos de pruebas sobre los que saltarnos rutinas de cavas, escardas y desbroces, y promover siembras o consolidaciones espontáneas. Enseñemos a la sociedad su valor y aprendamos a entender juntos los beneficios de ello.

Pero, sobre aceras, asfaltos, y pavimentos inertes de uso peatonal donde ciertas raíces fatigan, desgastan y anticipan el agotamiento de la vida útil de infraestructuras diseñadas para estos usos promovamos su retirada, no sea que en el camino se produzca uno o más tropiezos, no queremos caídas y menos de mayores.

Mariano Sánchez

Ingeniero Técnico Agrícola, referente en Conservación

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