Naturaleza urbana en sociedad

La necesidad de una botánica rebelde

Podríamos decir que ha sido en los últimos 100 años cuando se ha acrecentado la idea de que la naturaleza es una fuente inagotable de recursos de la que aprovisionarse. Y, a la vez, un lugar hostil del que debíamos alejarnos todo lo posible. Fuente de peligros, enfermedades y, sobre todo, de una incómoda incertidumbre. Carecer del control de lo que sucede nos produce inseguridad y rechazo. De ahí que, poco a poco, hayamos creado nuestro propio entorno seguro, nuestro ecosistema: las ciudades. Cuanto más lejos de la naturaleza mejor y, para ello, hemos creado enormes obstáculos de hormigón, acero y asfalto que pisotean cualquier atisbo de vida y espontaneidad.

Sin embargo, parece evidente que este modelo ha fracasado. Esta separación de la naturaleza ha tenido unos costes ambientales irreparables. Con una ocupación de tan solo el 5 % de la superficie del planeta, estos rediles alicatados generan el 70% de las emisiones de CO2 y consumen ingentes cantidades de recursos. Hoy el planeta Tierra se lamenta por nuestros desmanes mostrando preocupantes señales de agotamiento. Son muchas sus dolencias, pero parece que una de las heridas más profundas se encuentra en las ciudades. Lugares que también nos condenan a nosotros mismos como especie. Bien conocidos son los daños que la urbe genera en nuestra salud. Con asombro observamos la aparición de insospechadas dolencias relacionadas con ese deseado alejamiento de la naturaleza. El “Síndrome de tristeza urbana” o el “Trastorno por déficit de naturaleza”, son algunos destacados ejemplos. 

Parece claro que urge cambiar las ciudades. Ese deberá ser forzosamente el objetivo en el siglo XXI, por el bien de nuestra especie y, especialmente, por el resto de vida que nos acompaña.

Sin duda, lo primero que debemos es ser más conscientes de la limitación de los recursos naturales, debe existir un cambio radical en nuestras sociedades consumistas. Y, mientras tanto, podemos apoyarnos en esa misma naturaleza a la que llevamos siglos despreciando. Incrementar el número de árboles en las calles y aumentar la superficie de zonas verdes pueden ser buenas medidas, aunque insuficientes. Debemos ir un poco más allá si queremos de verdad arreglar las cosas.

Toda ciudad dispone en mayor o menor medida de terrenos abandonados, muchos marginados; aquellos denominados baldíos por considerarse carentes de valor. Lugares sin nombre, sin usos, sin ser vistos a pesar de su situación privilegiada. En ocasiones, serán pequeños retales de unos pocos metros; otras, inexplicablemente grandes superficies. En definitiva, terrenos olvidados por las administraciones y los ciudadanos. Muchos se encuentran en las áreas perimetrales de la ciudad. Otros se reparten de forma aleatoria por las arterias hasta llegar al propio corazón de la misma urbe. Se trata de los que Gilles Clement denomina “el tercer paisaje”. O, como mencionan acertadamente Krasny y Tidball (1), «lugares rotos». Espacios quizá a la espera de algún cambio normativo, tal vez a un nuevo propietario más ambicioso o a un giro en la nueva política metropolitana. Acciones que permitirán de una u otra manera su definitiva inclusión en la urdimbre urbana.

Pero todos estos rincones destacan por la presencia de una abundante y desbocada naturaleza espontánea. Sorprende descubrir que son lugares con el doble de fitodiversidad si se compara con cualquier zona verde (2). Y a ello habría que añadir todos los pequeños animalillos que son capaces de atraer. Sea como fuere, se trata de paisajes incomprendidos donde lentamente surge una incipiente naturaleza. Tan solo hace falta tiempo, cuanto más mejor, y poco a poco se irá consolidando una humilde vegetación que será el germen del bosque perdido. Zonas capaces de soportar infinitas agresiones que obligan a esta flora a reiniciar su sucesión vegetal, una y otra vez. Y, sin embargo, de estas hierbas heroicas no sabemos ni tan siquiera sus nombres.

Esta flora arvense y ruderal es solo el comienzo de una bonita historia. Es el inicio de una reparación, la naturaleza es por si misma capaz de restañar sus heridas. Estas especies, de ciclo corto, son el comienzo de la restauración de la vegetación natural y, por lo tanto, de la recuperación del ecosistema. Un análisis de la dinámica de la vegetación permite un avance en las etapas de sucesión de las diferentes series de vegetación climatófilas. Por lo tanto, la consolidación gradual de las diferentes especies espontáneas dará lugar a la vegetación potencial de cada zona hasta su etapa clímax.

Es el germen de un nuevo concepto, un espacio natural alejado de las zonas verdes urbanas. Donde la intervención no sea el eje de las labores de conservación; sin la obsesiva necesidad de control, respetando la espontaneidad vegetal y su propia evolución. Donde la dinámica de la vegetación permita transformar el paisaje. Son los “bosques fragmentados”. En ocasiones serán espacios efímeros, con los días contados; que no avanzarán más allá de las etapas herbáceas. Algunos con el tiempo se convertirán en formaciones arbustivas. Otros indultados por las administraciones llegarán a su etapa clímax en las generaciones venideras.

En estos asentamientos no debería intervenir el jardinero, pues se deberá crear una nueva figura capaz de “leer el paisaje”. Algunos de estos espacios, para sorpresa de los ciudadanos, deberán vallarse y solo el tiempo los irá esculpiendo sin la intervención humana. Otros con la vegetación ya establecida en sus diferentes estadios serán intervenidos de forma liviana para no dañar a la vegetación y permitir la convivencia con algunos ciudadanos que añoran la naturaleza. En definitiva, retazos de vida natural que deberán repartirse por toda la ciudad creando puentes entre el exterior y el interior. Cumpliendo la misión de infectar de naturaleza la ciudad, recuperando la espontaneidad y algo de lo salvaje.

Y todo ello gracias a esa flora anónima, esas hierbas incomprendidas que un día convirtieron un espacio sin vida en una “isla de biodiversidad”. 

Todo comienza con la Botánica Cercana …

Bibliografía:

Krasny, M. E. / Tidball, K. G.; 2015. Civic Ecology. Adaptation and Transformation from the Ground Up. U.S.A.: The MIT Press, 2015.
Gómez Fdez., J. Ramón; 2022 (2). Atlas de la flora espontánea. Incluido en Trovato, Graciella (Coord.) Madrid entre ríos y raíles. Pasado, presente y futuro del Pasillo Verde Ferroviario. Lampreave, Madrid.

La visión de Inma.-

Sigo con inquietud los quehaceres de Jose Ramón, disfruto con lo que "produce" en Herbanova junto a Cristina Losa y con sus intevenciones, es enérgico y pausado y transmite su pasión y una forma distinta de mirar, leer y ejercer profesionalmente, muy necesaria en los tiempos que corren. Leí hace meses Botánica cercana con la misma inquietud con la que sigo a  Mónica Bedós y Lorena Escuer, y como en los títulos sugeridos en en este blog El libro de las plantas olvidadas de  Aina S. Erice o Una flor en el Asfalto de Eduardo Barba,  el libro me cautivó. Recoge una manera distinta y necesaria de mirar el tapiz de la ciudad y nos da algunas pistas de porqué asomarse a esta propuesta, y qué cambios interesa promover en las ciudades, en un nuevo modelo de gestión osado y muy necesario. Gracias Jose Ramón!!!

PD. En la línea de Darwin viene a la ciudad,  de Menno Schilthuizen, también sugerido en este blog Botánica cercana no te va a dejar indiferente. 

Zamarraga (Conyza canadensis). Valdemorillo.
Amapola (Papaver rhoeas). Valdemorillo
Valeriana roja (Centranthus ruber). Bilbao
Espiguilla (Poa annua). Bilbao

J. Ramón Gómez Fdez.

Paisajista, docente y divulgador botánico (La Coruña, 1969)

Artículos del autor