Inma Gascón. Naturaleza urbana en sociedad
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Como un jardinero
Decía el artista Joan Miró que «trabajaba como un jardinero». La frase me llama la atención, por cómo compara la labor de creación con la tarea manual de alguien que cultiva la tierra. Parecen opuestas, a primera vista, pero no lo son. Es una gran verdad: en ambos casos son manos que crean, palabras y plantas, como el artesano sobre el que reflexiona Richard Sennett en su magnífico ensayo, ya clásico.
Trabajar las letras de una página en blanco, cuidar meticulosamente la posición de comas, puntos, pausas. Entiendo a la perfección la frase de Miró. Metódicos y obsesivos, los artistas son jardineros de una parcela íntima de tierra. Durante la etapa de creación, las semillas no se ven, están ocultas bajo la capa de tierra, hundidas en la oscuridad, esperando germinar. «Las cosas siguen su curso natural. Crecen, maduran. Y yo voy podando, regándolas. En mi mente, maduran», sigue diciendo Miró. El sol, el agua, los cuidados contribuyen a que crezca la obra. Se desarrolla hasta alcanzar la forma deseada (o hasta que no pueda crecer más, hasta lo inevitable), el estallido de color y el perfume que será la novela, el cuadro, la escultura, la melodía. El jardinero como artista, pues. La idea es seductora. Claude Monet compró una casa en Giverny, en Normandía, y no descansó hasta convertir su jardín en un paraíso. Sus pinturas nos transportan hasta allí. «Tal vez soy pintor a causa de las flores», confesó Monet.
También el pintor valenciano Joaquín Sorolla creó un jardín, en su casa de Madrid que hoy es el museo Sorolla. Se inspiró en los jardines de la Alhambra, ese estilo de jardín árabe que en inglés recibe el nombre tan apto de «jardines del paraíso», por su combinación de luz, agua y flores de colores deslumbrantes. Me gusta más esa denominación, pues ¿qué es un jardín si no un paraíso?
«Veo un árbol y me siento asombrado, como si fuera algo vivo, que habla. Un árbol también es humano» Joan Miró.
Un documental: Miró contra Miró
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