Naturaleza urbana en sociedad

Bulbos pensantes

Santiago nos entrega una bella reflexión en esta primera entrega aproximando la filosofía al verde, o al contrario, como ya lo hizo en Verdolatría y Jardinosofía, destilando una bella reflexión filosófica del retorno de los bulbos floridos con la primavera. Maravillosa forma de comenzar.

Tras el letargo invernal, los bulbos comienzan a brotar siguiendo el ritmo de una música que solo parecen escuchar ellos. Los primeros en despuntar, cuando los días se alargan y el sol comienzan a calentar tímidamente la tierra, son los narcisos y jacintos. A estos heraldos de la primavera pronto le seguirán los crocus, tulipanes y alliums; y más tarde, las fresias, dalias, peonías y un largo séquito de glotones de luz. Enterramos esos relojes en nuestros jardines o en las macetas de nuestros balcones y terrazas para que despierten nuestro sentido del asombro con sus flores. Si nos concentramos, incluso podemos escuchar su mudo tictac a tan solo unos pocos centímetros de profundidad, bajo nuestros pies o manos, palpitando en la oscuridad mientras aguardan la hora de renacer. No hay guerra ni catástrofe que pueda impedir que los lirios y gladiolos abandonen su vida de polizón, afloren a la superficie con un renovado entusiasmo y florezcan. Hay algo profundamente consolador y reconfortante en que, ajenos por completo a nuestros afanes y padecimientos, acudan con una alegría sin sombra a la cita periódica con nuestros recuerdos. No he olvidado la sorpresa que me causó a mis siete años ver cómo nacía de una rugosa cebolla una flor que no parecía de este mundo. Su inesperada visión fue como una epifanía de la misteriosa belleza de la naturaleza y la prueba de que la gracia existe.

 

Los bulbos se enfrentan a la adversidad con una actitud que solo cabe calificar de estoica. Se desprenden de todo aquello que no es absolutamente imprescindible, desaparecen de la vista y, en un estado de paciente letargo, aguardan su momento. Nos enseñan que todos nacemos y morimos más de una vez en esta vida. Toda su filosofía está contenida en esta máxima: «La pobreza siempre es llevadera; más pobre se es al nacer». Si existiera un símbolo vegetal del estoicismo, seguramente este sería el bulbo. Tanto da si de narciso o patata. El goce de las flores de la estación no está reñido en ellos con la búsqueda de la sobriedad feliz. Pero la señal más explícita de su silente sabiduría es su capacidad de hacer de la necesidad virtud y soportar la espera sin malograrse. Aunque los bulbos saben cosas que nosotros ignoramos, no se preguntan sobre cuál es su sitio en el mundo, ni qué sentido tiene su existencia. La principal lección que podemos aprender de ellos es que no hay plenitud sin recogimiento, y tanto la una como el otro también pasarán.

Santiago Beruete

Escritor, Filosofo, docente y comunicador

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