Naturaleza urbana en sociedad

APRENDÍVOROS (El cultivo de la curiosidad)

Podría ser útil empezar aclarando a que me refiero con ese neologismo: Aprendívoros, que da título a mi último libro y con el que se cierra la trilogía iniciada con la publicación de Jardinosofía y prolongada con Verdolatría. Con este adjetivo inventado intento llamar la atención sobre nuestra condición de eternos aprendices.

Además de un animal lingüístico, social, político, en celo permanente, dotado de la facultad de reír, consciente de que va a morir y que trabaja para cubrir sus necesidades, el primate humano es por naturaleza y vocación un aprendívoro. El afán de saber constituye no solo el rasgo distintivo de nuestra especie, sino lo que dota de valor y sentido a nuestra existencia particular. Durante nuestro tránsito por este mundo todo nos interpela. Hasta tal punto es así, que empezamos a envejecer cuando perdemos la curiosidad. Esta representa el auténtico elixir de la eterna juventud. 

     Ahora que la emergencia climática parece amenazar la continuidad de la civilización humana, nuestra condición de aprendívoros se ve puesta a prueba una vez más. Si queremos seguir aquí, necesitamos aprender a conciliar las necesidades de la civilización con el cuidado del jardín planetario o la Tierra-Matria. En este contexto una enseñanza bioinspirada y el cultivo de la curiosidad y el espíritu crítico deberían ser nuestra prioridad. A quien aspire a escribir su destino en vez de interpretar un guión, no le queda más remedio que reeducarse, bien sea para desprogramar aprendizajes limitantes, bien se para adquirir habilidades de las que carece.

       El camino hacia un mundo mejor parte de y culmina en las aulas. En ellas se gesta el futuro de los países, y los artífices de su prosperidad material y espiritual son sus docentes. El prestigio del que goza su figura dice mucho de la confianza de un estado en su porvenir, así como de la fortaleza de su fe democrática. En estos tiempos de pandemia, en que se multiplican las causas de inquietud y se desvanecen las seguridades, una de las escasas certezas que todavía se mantiene en pie es la importancia de una buena educación para vivir con plenitud.

     Cómo tolerar la incertidumbre sin rendirse al conformismo o el desencanto. He ahí la gran cuestión a la que intenta responder este libro, que nos propone volver la mirada hacia la naturaleza en busca de inspiración para imaginar un futuro diferente al que parecemos condenados. Y nos invita a cultivar y cultivarnos. No por nada educar es otra acepción del verbo cultivar. Todo docente lleva en su interior un jardinero, que siembra la semilla de la curiosidad para que sus alumnos florezcan por dentro.

 

Santiago Beruete

Escritor, Filosofo, docente y comunicador

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